che, què estrany!

Es comprensible que el Getafe reuniera la mayoría de las simpatías propias y neutrales en su enfrentamiento en la final de la Copa del Rey (quizás no tanto que esa simpatía llegara a los extremos que denuncia Borja Barba). Era normal, porque a todos nos gusta fantasear con la mil veces repetida -y no siempre igualada- historia de David y Goliat (aunque esta vez no estaba tan claro quién interpretaba qué papel) y porque su triunfo habría sido el fruto de un proceso lógico. Al igual que con el romanzo del Villarreal o del Chievo Verona, nos sentimos atraídos por un equipo que, partiendo de lo más bajo de la 2ª, fue ascendiendo paulatinamente, cumpliendo sus objetivos, mejorando cada año, ascendiendo, consolidándose, llegando a Europa, luchando por un título. La consecución del trofeo habría sido el fin de un largo camino marcado por la racionalidad, por las decisiones bien tomadas y por dar cada paso en su justo momento. Y eso siempre reconforta.
Pero lo magia del fútbol se encuentra precisamente en esas tremenda patadas que cada cierto tiempo propina contra la lógica. Es que en el fútbol, en muchas ocasiones, la casa se construye a partir del tejado: sorprendentemente, llega antes el título que el buen juego o la tranquilidad institucional o las buenas balanzas económicas o el buen rollo entre el entrenador, el equipo y la afición. Se dan triunfos que (aparentemente) llegan casi sin buscarse, sin que pueda rastrearse un camino lógico y coherente que debería conducir de lo bajo a lo alto haciendo los deberes en cada momento.
Será difícil explicar en unos años cómo el Valencia más nefasto y confuso de la última década (con peligro de descenso a estas alturas de campeonato), en medio de la crisis de identidad que ha dejado la estrategia de tierra quemada de Soler y Koeman, ha ganado el segundo título más importante en España. Pero no ha sido éste el único caso de algo similar: el Madrid del año 2000 fue un completo desastre hasta la final de París, como lo fue el pasado Milan hasta Atenas o la Italia del 82 y 2006. Y ésa es la belleza del fútbol: que once tipos se pueden rebelar contra el imperio de la lógica... y salir vencedores.

PD des del cor: Sanguangos, ja podrieu haver jugat aixina tot l'any